Nuestro Tema:

LA CONVERSION

 

 

 

 

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;  convertíos y creed en la Buena Nueva”(Mc.1,15)

 

        Estas palabras de Jesús, con las que comenzo su ministerio en Galilea, deben seguir resonando hoy en todos los jóvenes de Puerto Rico. La grandeza del acontecimiento de la Encarnación y la gratitud por el don del primer anuncio del Evangelio en Puerto Rico invitan a responder con prontitud a Cristo con una conversión personal más decidida al igual que nos estimula a ser más fieles al Evangelio. La exhortación de Cristo a convertirnos resuena en el corazón de los jóvenes tanto como resonó la del Apostol: “Es ya hora de levantarnos del sueño, que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rom. 13,11). El encuentro con Jesús vivo, mueve a la conversión.

 

         La conversión implica un cambio de mentalidad (metanoia). No se trata solo de un modo distinto de pensar a nivel intellectual sino de que revisemos nuestro modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos. Por ello, la auténtica conversión se cultiva con la lectura orante de la Sagrada Escritura y la recepción de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. La conversión conduce a la comunión fraterna, porque ayuda a comprender que Cristo es la cabeza de la Iglesia, su cuerpo místico; mueve  a la solidaridad, porque nos hace conscientes de que lo que hacemos a los demás, especialmente a los más necesitados, se lo hacemos a Cristo. La conversión favorece, por tanto, una vida nueva, en la que no haya separación entre la fe y las obras en la respuesta cotidiana a la llamada a la santidad. Superar la división entre fe y vida es indispensable para que se pueda hablar seriamente de conversión. En efecto, cuando existe esta división, el cristianismo es sólo nominal. Para ser verdadero discípulo del Señor, el creyente ha de ser testigo de la propia fe, pues “el testigo no da sólo testimonio con las palabras, sino con su vida”. Hemos de tener presentes las palabras de Jesús: “no todo el que me diga  “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt. 7,21). La apertura a la voluntad del Padre supone una disponibilidad total.

         

 

 

Ref. Ecclesia in America

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