Discurso del Papa
en la fiesta de acogida de los jóvenes
«Cristo tiene el secreto de la victoria», afirma TORONTO, 26 julio 2002 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Juan Pablo II en la fiesta de acogida de los jóvenes en la tarde de este jueves en Toronto. ¡Queridos jóvenes! 1. Acabamos de escuchar la Carta Magna del Cristianismo: las Bienaventuranzas. Hemos visto una vez más, con los ojos del corazón, lo que sucedió en ese momento: una multitud de personas se reúne alrededor de Jesús en la montaña, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, venidos de Galilea, pero también de Jerusalén, de Judea, de las ciudades de Decápolis, de Tiro y Sidón. Todos esperaban una palabra, un gesto que les diera consuelo y esperanza. Nosotros también nos hemos reunido aquí, esta tarde, para escuchar con atención al Señor. Él os mira con mucho cariño: venís de diferentes regiones de Canadá, de los Estados Unidos, de América Central y de América del Sur, de Europa, de África, de Asia, de Oceanía. He oído vuestras voces alegres, vuestros gritos, vuestras canciones, y he sentido el profundo anhelo que late en vuestros corazones: ¡queréis ser feliz! Queridos jóvenes, muchas y tentadoras son las voces que os llaman de todas las partes: muchas de estas voces os proponen una alegría que puede obtenerse con el dinero, con el éxito, con el poder. Principalmente, proponen una alegría que procede del placer superficial y efímero de los sentidos. 2. Queridos jóvenes, ante vuestro deseo joven de felicidad, el Papa anciano, con muchos años, pero aún joven de corazón, responde con palabras que no son suyas. Son palabras que resonaron hace dos mil años. Palabras que hemos escuchado nuevamente esta tarde: «Bienaventurados...». La palabra clave en la enseñanza de Jesús es un anuncio de alegría: «Bienaventurados...». El hombre ha sido creado para la felicidad. Vuestra sed de felicidad, por tanto, es legítima. Cristo tiene la respuesta a vuestro deseo. Pero él os pide que confiéis en él. La verdadera alegría es una victoria, algo que no puede obtenerse sin una larga y difícil lucha. Cristo tiene el secreto de la victoria. Vosotros ya sabéis qué es lo que había pasado antes. Lo narra el Libro del Génesis: Dios creó al hombre y a la mujer en un paraíso, el Edén, porque quería que fueran felices. Desafortunadamente, el pecado arruinó sus planes iniciales. Pero Dios no se resignó a este fracaso. Él envió a su Hijo al mundo para devolvernos una perspectiva aun más hermosa del cielo. Dios se hizo hombre --lo han subrayado los Padres de la Iglesia-- para que los hombres y las mujeres puedan convertirse en Dios. Éste es el viraje decisivo realizado en la historia humana por la Encarnación. 3. ¿De qué lucha estamos hablando? Cristo mismo nos da la respuesta: san Pablo escribió: Jesús «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo... se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Filipenses 2,6-8). Se trata de una lucha hasta la muerte. Cristo no venció esta batalla por sí mismo sino por nosotros. A partir de su muerte, surgió la vida. La tumba en el Calvario se ha convertido en la cuna de la nueva humanidad en camino hacia la verdadera felicidad. El «Sermón de la Montaña» traza el mapa de este viaje. Las ocho Bienaventuranzas son las señales de tránsito que nos indican el camino. Es un camino cuesta arriba, pero Jesús lo ha caminado antes que nosotros. Un día dijo: «el que me siga no caminará en la oscuridad» (Juan 8,12). Y en otra ocasión agregó: «Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Juan 15,11). Caminando con Cristo podemos encontrar la alegría, ¡la verdadera alegría! Precisamente por esta razón, hoy Jesús os hace nuevamente un anuncio de alegría: «Bienaventurados...». Ahora que estamos por dar la bienvenida a su gloriosa Cruz, la Cruz que ha acompañado a los jóvenes en los caminos del mundo, dejemos que esta palabra de consuelo y exigente resuene en el silencio de nuestro corazón: «Bienaventurados...».
[Procesión de la cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud
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Saludo de
apertura de Juan Pablo II en la fiesta de acogida de los jóvenes
Cristo «os ama a cada uno de vosotros personalmente», afirma TORONTO, 26 julio 2002 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo de apertura que pronunció Juan Pablo II en la fiesta de acogida que le brindaron en la tarde de este jueves 400.000 jovenes participantes en las Jornadas Mundiales de la Juventud. * * *
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